Adiós, querida melena de león
- Daniela
- 26 jul 2017
- 3 Min. de lectura
A finales de noviembre o principios de diciembre del 2016 (no me acuerdo exactamente), me dio la locura de ser mona. Ya sé, ya sé, ¿¡qué onda, Daniela!?
Bueno, no me pregunten qué bicho me picó porque no sabría responderles, honestamente; fue un lapsus mental causado por una suma de cosas cuya cereza fue una cachetada demasiado repentina. En todo caso, con la mente nublada, decidí un sábado en la mañana ir a cumplir mi cometido.
Cuando llegué a la peluquería, le mostré una foto de cómo quería mi nuevo look a Giova (mi peluquero de cabecera) y casi se va de culo. En serio.
Ese hombre casi se muere. Después de intentar y no lograr disuadirme, me explicó que para lograrlo tenía que decolorarme el pelo. Sí, DECOLORARME. Sin entender las consecuencias de esto, le dije que procediera.
Después de mil horas en la peluquería, y con mucho afán de por medio porque el querido Vicente García me había invitado a verlo en el Almax, salí de allá como si hubiese comprado una peluca en Cachivaches y me la hubiera puesto para la ocasión. Como podrán imaginarse, llegué tarde al Almax pero igual lo disfruté mucho en compañía de mi amiga y compañera de tesis, Valeria Silva, y de Vicente.

En todo caso, el primer día no fue tan grave. Si no lo saben, cuando uno se decolora el pelo este queda como una vil escoba de paja pues, además del color, le quita todos los nutrientes al pelo.
¿Ustedes saben lo que es peinarse en las mañanas con el pelo decolorado y mojado? Pues es el mismísimo infierno. Se enreda tanto que uno se demora mil horas y además en el proceso se cae un montón, llegué a pensar que iba a quedarme calva.
Finalmente, después de un mes de crisis por esto y con el viaje encima, decidí volver a mi color anterior pero quedó peor que antes: ahora tenía el pelo hecho una paja y de un color entre café y verde caca. CRISIS.

Después de unos días, volví a pintármelo y ya por fin agarró un color decente pero nunca volvió a su textura original.
Poco tiempo después, me fui de viaje con una cantidad de tratamientos en la maleta y con la esperanza de que mi pelo no terminara de volverse m!erd@. Para los que no sepan, el agua en Europa tiene mucha cal por lo que, a pesar de cargar con todo el kit para nutrirlo, no se logró mucha diferencia en los primeros días.
A la larga, me cansé de pasar mil horas en la ducha lavándomelo y otras mil horas peinándomelo, para salir a la calle con el pelo mojado y volver en la noche como si me hubiera dedicado a hacer un cosplay de Beetlejuice.
Así, cansada y pensando en todo el camino que quedaba por recorrer, decidí cortármelo.
Camila, muy valiente ella, se metió en el papel de peluquera y, cagada del susto, me hizo jurar en video que no podía matarla si algo salía mal. Afortunadamente, nada salió mal. El resto del viaje, fui la persona más feliz del universo con mi nuevo corte; me ahorré mil horas en la ducha y otras mil peinándome.
Igual, a pesar de que acabamos con las puntas vueltas nada, todavía estaba luchando con los enredos que quedaban y la escoba de paja, hasta que llegué a Roma a la casa de mi tía. Ella es de esas personas que van diciendo las cosas sin pelos en la lengua y, obviamente, me hizo el comentario sobre la mala salud de mi pelo. Ese día, salimos a hacer mercado y encontré el MEJOR shampoo ever para la deplorable condición en la que andaba: Garnier Fructis, Addio Danni (adiós daños).

Desde que lo compré, pude dejar a un lado el cosplay de Beetlejuice y, una vez llegué a Colombia, fui a visitar a Giova para mejorar el corte de Camila y hacerme una repolarización (un tratamiento que lo nutre).
Para terminar esta entrada, hoy por fin puedo decir que, corto pero decente, amo mi pelo y la única preocupación que tengo en este momento con respecto a él es: ¿cuándo volveré a tenerlo igual de largo y bonito a como lo tenía antes?

Ah, el mejor consejo que les puedo dar después de todo esto: nunca, pero jamás de los jamases, se decoloren el pelo. Háganme caso, no quieren sufrir lo mismo que yo.
Peace out!
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